El cine que nos gusta

Marc Martínez-Campayo
7 min readFeb 21, 2023

Todas las decisiones que se toman cuando uno va al cine son importantes. Desde la película elegida, el horario para verla, la fila y la butaca, si uno compra o no palomitas, o hasta si sacrifica tres minutos de metraje para ir al baño o espera paciente a los créditos sin mirar el reloj y moviendo la pierna sin parar, modificarán de cierta forma, en mayor o menor medida, la experiencia vivida en esa sala. La más importante, sin embargo, la que puede llegar a ser decisiva, es con quién eliges ir.

Soy un acérrimo defensor de ir solo al cine, hay películas que requieren –o más bien, solicitan– de la soledad de uno mismo para experimentarse en toda su plenitud. Tanto la oscuridad de una sala de cine como la soledad que esta proporciona, le permiten a uno desinhibirse y dar rienda suelta a unos sentimientos que, de haber alguien al lado, no aflorarían del mismo modo. Aunque, a veces, una película le llega a uno mejor cuando la comparte y la vive sabiendo que en la otra butaca hay alguien viendo, viviendo y sintiendo la misma historia.
In the mood for love es, por ejemplo, una película para ver solo, de noche, y culminarla paseando sin prisa por la calle de vuelta a casa, con la mirada perdida y repitiendo en tu cabeza esa melodía inconfundible: «Quizás, quizás, quizás…». Babylon, en cambio, es una película para ver con la sala atiborrada de gente, con tus amigos al lado y terminando en algún bar comentando a gritos –para ser escuchados por encima de la música– y hasta el agotamiento la barbaridad que acabáis de ver.
El cine es un evento social al que hay que saber cómo atender. Uno no puede ir a una boda en chándal ni a un gimnasio en traje, todo tiene su razón de ser. Si asumimos entonces que la experiencia cinematográfica es más que el guion, la dirección y el montaje –y, evidentemente, el resto de departamentos–, que a esa ecuación deben sumarse otros factores que recaen exclusivamente en nosotros, en los espectadores, podemos preguntarnos: ¿por qué nos gusta el cine que nos gusta?

The Fabelmans (Steven Spielberg, 2022)

«Las películas son sueños que nunca olvidas», escribía uno de los directores más importantes de la historia en su última película. Me permito, más que llevarle la contraria, corregir a alguien como Spielberg, con la excusa de que jamás leerá estas palabras.
Hay películas de las que no recuerdo más que alguna escena clave, un plano destacable o el diálogo que apunté para tuitearlo más tarde y que se quedó para siempre enterrado bajo el resto de notas de mi móvil. Puedo afirmar sin vergüenza que recuerdo poco o nada de lo sucedido en la tercera parte de La condición humana, pero me acuerdo perfectamente del camión rojo que vimos al salir de la Filmoteca y la broma que hizo Aitana al vernos a Ale y a mí pararnos en seco a la vez, cruzar los brazos y dirigir la vista hacia la ventana que iluminaba la linterna de uno de los bomberos: «Como se nota que sois hombres».
Cada día que pase sin volver a ver esa película perderé más detalles sobre ella, llegará un día en el que no tendrá ningún sentido decir que la he visto porque apenas podré describir alguna de sus escenas, pero de aquella tarde con mis amigos no me olvidaré nunca. Como tampoco me olvidaré de la llorera de Anna al salir de Aftersun, aunque el motivo de sus lágrimas, las escenas que las provocaron, se me hagan cada vez más borrosas con el paso del tiempo. De Godzilla vs. Kong no puedo decir ni el nombre del protagonista, pero lo que nos reímos Pino y yo en el metro a su costa es imborrable.

A todas las películas que vemos les anclamos un recuerdo y eso es lo primero que aparece en nuestra mente cuando las recordamos, porque, a diferencia de ellas, el pasado no lo podemos repetir.

Nos gusta el cine que nos gusta por muchos más motivos de los que creemos. Ver una película es mucho más que una experiencia de dos horas en silencio, esa experiencia hay que contextualizarla en su momento, lugar y compañía concretos. Ver una película es también mirar al otro de reojo para comprobar si sonríe en tus escenas favoritas. El cine son los veinte minutos de margen que os dais para veros antes de entrar, comprar la entrada y poneros al día hasta que las luces se apagan y el silencio se impone; también la charla de después y el conocimiento de un siguiente encuentro. Nos gusta el cine que nos gusta porque lo compartimos con quienes queremos y porque disfrutamos viéndolos a ellos disfrutar de él.

Babylon (Damien Chazelle, 2022)

Cuando tenía diez años descubrí Star Wars. Me las puso mi padre, en DVD, y las vimos juntos en el salón de casa. No ha habido una sola película de esa saga estrenada en el cine que no haya visto con él, ¿con quién iba a verlas si no? ¿Qué sentido tendría verlas con otra persona? Me di cuenta de lo mucho que influye tu acompañante en tu relación con la película que ves cuando terminó El ascenso de Skywalker. A mí me pareció más bien mediocre, en la línea de lo que había sido la última trilogía, podía hablar de los deus ex machina que se habían repetido sin justificación alguna para conducir la historia donde el director pretendía a cambio de manipular al espectador a su antojo, en vez de escribir un guion coherente. La opinión de mi padre fue mucho más breve y concisa: «Es la mejor de toda la trilogía». Y se acabó. ¿Qué más necesitaba yo que saber que mi padre había disfrutado de esa película para poder decir que me había gustado? Puede que, al final, me acabase pareciendo mala y no se lo dijera, pero el recuerdo que guardo de esa sesión en los Yelmo de Passeig de Gràcia supera con creces el que habría tenido de haber ido solo o con un amigo que compartiese mi opinión.

No hay nada que genere más alegría que buscar algo muy concreto en el baúl del pasado y encontrar otra cosa todavía mejor. Buscar cobre y encontrar oro. Recordar una película y con quién la viste es volver a un momento muy concreto de tu vida. Puede que no con todos los detalles, puede que sea una pincelada muy sutil en un lienzo muy grande, pero será un recuerdo lo suficientemente claro y nítido como para permitirte recrear ese instante desaparecido del tiempo.
Si en algún momento vuelvo a ver Midsommar, recordaré la escena concreta en la que mi madre se tapó los ojos con las manos para no ver lo que estaba pasando y me acordaré de una casa en la que seguramente ya no vivamos. Que en otra casa en la que ya no pintamos nada mi hermana nos obligaba a ver cada dos por tres Eduardo Manostijeras, su película favorita, ¿cómo no voy a acordarme de eso? Si volviese a ver Don’t worry darling, podría pausarla en el momento exacto en el que Alba se acercó para susurrarme, al oído y entre risas, «¿Qué estamos viendo?», en la sala de unos cines Princesa que seguramente no volveremos a pisar juntos. Cada vez que recupere Barrio aparecerá frente a esa moto de agua la imagen de Teresa, con su enorme sonrisa y su brillo en los ojos, recomendándome verla lo antes posible, en los pupitres de un aula que habrá cambiado por completo. Puedo volver como si hubiese sido ayer a la casa de Mercè cuando vimos Okja, aunque, en realidad, haga casi seis años del verano de 2017. También las pizzas que Eva preparó durante los primeros días de confinamiento y que puedo volver a probar al recordar cómo, mientras tanto, yo buscaba en alguna página pirata la película de Animal Crossing subtitulada en español. Pocas veces he visto a Chemo más contento que cuando el Capitán América cogió el martillo de Thor en Endgame y a mí me pareció que la sala entera se unía a su alegría, que gritaban porque él gritó. Ocho apellidos catalanes puede ser una película horrible, pero hizo reír a una Carlota que estaba muy triste, por algún motivo que, con el tiempo, olvidará sin pena ni gloria. ¿Puede calificarse como «malo» algo que fue capaz de eliminar la tristeza, aunque fuese durante un rato?

Nos gusta el cine que nos gusta porque nos hizo felices, de un modo u otro, ya fuese cosa del director o de la complejidad de nuestra propia mente nostálgica. No hay nada más bonito que escuchar de alguien la frase «Esta peli la vi contigo». La magia del cine también es esa: unirnos, hacernos más felices, recordarnos por qué estamos en el mundo. Rescatar instantes que parecían olvidados, camuflar el presente para aliviar un mal trago o ser el recuerdo en hibernación que despertará en algún momento de nuestro futuro, cuando menos lo esperemos, cuando hayamos bajado la guardia. «Sabran que almenys per a tu i per a mi / durant un temps van fer que tot / fos una mica més divertit?», que dice Manel. El cine nos recuerda que, mientras esas cosas pasen, aunque sea sólo una vez, seguirá valiendo la pena contar historias. Y verlas.

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